Camino por donde los muertos andan, escuchando el crujir de los árboles secos, sintiendo carroñeras desgarrando mi piel. La lluvia golpea gruesa y fría en cada sangrante herida, no hay sol, no hay luz... solo la inmensa oscuridad acompañada del olor de la tierra de los muertos. Cansada, con el miedo acompañándome en cada poro de la piel que suda sangre y sal, caigo implorando piedad. La gente, aún cuando pasa junto a mí no me escucha, no me ve, no me siente nadie ha escuchado mis gritos ahogados de dolor, solo la arena piadosa se acerca y empieza por hacer habitación en la herida ya podrida… poco a poco cubre mi cuerpo mitigando el dolor y apoderándose de mi voluntad, sin resistencia me dejo acariciar por ella hasta caer en el sueño de la bendita muerte que me seduce con su risa… que me arrulla con su burla.