La madrugada anunciaba el rito

Elle avanzó descalza hacia el lecho, resuelta a poseer al ángel que la aguardaba ya dispuesto. Todo era silencio, poco a poco la música de sus pasos y gemidos encantaron la oscuridad en la que palpitaba el deseo.

La ceremonia empieza, incita, llama a sucumbir en el éxtasis de aquel cuerpo tibio y perfecto. Astuta, Elle se clava en el cuerpo de aquel ángel que se ahoga en un placer irracional, una a una arranca las plumas de sus alas hasta hacerlo caer por completo. El cuerpo celeste se mueve, se retuerce excitado, el calor y la humedad de la hembra lo pierden, sus movimientos arrecian y la posee hasta el cansancio. La devora en las dulces tinieblas de la madrugada, sorbo a sorbo bebe de su sangre envenenada, deja de lado el ángel y la toma el hombre que, babeante le regala el alma en un orgasmo.

Elle se aleja con la música de sus carcajadas, satisfecha, tan bella... sin perder el ritmo se desvanece. Entra en su mundo triunfante, llena de vida, grande, con las entrañas de lo que fuera luz como trofeo. Al mismo tiempo el cielo tiembla y en él, sólo se escucha el llanto de un ángel.